Biografía de Ramón García Pizarro: Gobernante y hombre de Empresa
EL FUNDADOR DE ORÁN (SALTA): RAMÓN
GARCÍA DE LEÓN Y PIZARRO.
SÍNTESIS DE GOBERNANTE Y HOMBRE DE
EMPRESA.
de Ramón Gutiérrez
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1. La configuración de una política edilicia y
poblacional en el Río de la Plata.[1]
Las últimas tres décadas del siglo XVIII
señalan la incorporación activa del Río de la Plata a la mentalidad del “progreso”
y las realizaciones materiales que propulsara Carlos III y que encontrará en
España su concreción en proyectos como los de la población de Sierra Morena.
Luego de más de dos siglos de azarosa
supervivencia de nuestras poblaciones, el dominio territorial seguía sometido a
las inestabilidades propias de la guerra interna, que modificaban
permanentemente las líneas de frontera. Es en este período decisivo cuando
verificamos que una serie de funcionarios de la Corona, ubicados
seleccionadamente en función de la siempre amenazante presencia portuguesa, encaran,
a veces autónoma y otras concertadamente, una política de ocupación activa de
vastas regiones, utilizando para ello su mejor arma: la formación de presidios
y nuevas poblaciones.
Largo sería enumerar los planes e iniciativas
concretados desde 1770 e incrementados a partir de la creación del Virreinato
del Río de la Plata y la promulgación de la Ordenanza de Intendentes. Baste en
este sentido recordar la obra de Agustín Fernando Pinedo, Pedro Melo de Portugal
y Lázaro de Ribera, en el Paraguay; Ventura Santalices y Jorge Escobedo, en
Potosí; el Marqués de Sobremonte, en Córdoba; Andrés Mestre, en Salta; De Paula
Sanz, en Buenos Aires; Nicolás de Arredondo, en la banda oriental, y
finalmente, Vértiz, en la Patagonia.
Estos hombres de Gobierno encontraron, tanto
en el Real Cuerpo de Ingenieros Militares como en los técnicos de las partidas
demarcadoras de límites, el brazo ejecutivo de sus entusiastas proyectos. Vemos
así los nombres de Azara, Lecocq, Juan Manuel López, Pérez del Puerto, Martínez
de Viana, Rubín de Celis, Mosquera, Cerviño, Julio Ramón de César y multitud de
otras figuras, concretar sincronizadamente obras y poblados cuyas estructuras
no se modificarán hasta avanzada el siglo XIX.
En este panorama no faltan los hombres de
síntesis: formuladores de planes, diseñadores de los mismos y celosos
controladores personales de su ejecución. Algunos de ellos, por su propia
capacitación técnica; concretamente, los Ingenieros Militares que
ocasionalmente ocupan funciones jerárquicas de importancia, desarrollan esta
labor de concentración y centralización de la actividad edilicia y poblacional.
Tal el caso de Joaquín del Pino (Gobernador de Montevideo y Virrey), José
González (Gobernador de Córdoba), Eustaquio Gianninni (Gobernador del
Paraguay), Antonio Aymerich (Gobernador de Mojos), Francisco García Carrasco
(Presidente de Chile) o Ambrosio O'Higgins (Virrey del Perú).
Dentro de este cuadro tiene, sin embargo,
particular relevancia la figura del Gobernador de Salta y luego Presidente de
la Audiencia de Charcas: Ramón García de León y Pizarro.
Tanto por la importancia de sus obras como por
ejemplificar acabadamente esta simbiosis entre propulsor y realizador de sus
propias iniciativas, García Pizarro se constituye en una especie de paradigma
representativo del gobernante progresista, hecho a la medida de las exigencias
de Floridablanca y Gálvez en España.
2. Ramón García de León y Pizarro, Madrigal y Ruiz de la Torre.
Nació García Pizarro en la ciudad de Orán (África)
en el año 1729. Era hijo del Coronel José García de León, que ocupaba funciones
jerárquicas en esta Plaza, y de doña Francisca Pizarro Santamarina. Por
herencia y vocación se vinculó a la carrera militar a partir del año 1752,
actuando como cadete en los regimientos locales[2].
A partir de este momento participó activamente
en las acciones de guerra con los argelinos, incrementadas en el transcurso del
año 1763, y su trayectoria africanista lo llevó sucesivamente a las plazas de
Tetuán y Ceuta. Fue justamente en Ceuta que a raíz “de haber estudiado mucho en
las Matemáticas...”, se le encargó la formación de diferentes planos y
perfiles, actuando luego directamente en las reparaciones del Castillo de
Rozalcázar, en Orán[3].
Es importante tener en cuenta que desde la
Real Orden del 29 de diciembre de 1751, tanto en Ceuta como en Orán,
funcionaban activamente Academias Militares de Matemáticas, a las que, sin
duda, acudió García Pizarro. Estas Academias subsistieron hasta 1790, en que
fueron trasladadas a Cádiz y Zamora[4].
No sólo recibió García Pizarro adiestramiento
en Matemáticas, sino también en el dibujo, debiéndose destacar en el mismo, pues
fue seleccionado por el Marqués de Vanmarch, Director de la Academia de Ceuta, para
representar los planos y perfiles de las fortificaciones de la plaza, obras que,
por otra parte, comenzara veinte años antes el Ingeniero Diego Cardozo, autor
luego de la Ciudadela y murallas de Montevideo.
3. Las primeras obras en América.
Hacia 1770 se comisiona a García Pizarro para
que pase a Cartagena de Indias como responsable de la formación de Milicias
Disciplinadas y de la Policía de la plaza. El éxito de esta gestión debió de
determinar su traslado a funciones militares en la Villa de Santa Cruz de
Mompox y su posterior designación como Gobernador en la provincia de Rio del
Hacha, en el Virreinato de Santa Fe.
Con anterioridad a su traslado a América, y
probablemente en España, había contraído matrimonio con Mariana Joaquina Zaldúa
Gamboa y Ruiz de la Torre, natural de la Villa de Morella, en el Obispado de
Tortosa. De su matrimonio nacía en Mompox en 1773 su hijo José, mientras que el
segundo, Rafael, lo haría en Quito en 1777[5].
Las acciones del Gobernador del Río del Hacha
fueron, sin duda, estimadas, pues al poco tiempo, el 28 de agosto de 1777, es
nombrado Gobernador y Comandante General de Maynas, una zona de crucial
importancia por el conflicto con los portugueses. Que esta ubicación respondía
a razones estratégicas lo demuestra el hecho de que por Real Orden del 24 de enero
de 1778 se le designase como Comisario de la Partida Demarcadora de Límites,
sin duda tanto por su puesto político como por sus conocimientos científicos.
Poco duraría, sin embargo, en este cargo, pues
ya el Virrey de Santa Fe, Manuel Antonio Flórez, lo había recomendado por sus
méritos para Gobernador de Guayaquil, en remplazo de Francisco Ugarte. La
designación le llegó a García Pizarro cuando se encontraba en plena faena en el
Río Marañón, y dejó a su compañero, el Ingeniero Francisco Requena, a cargo de
la Gobernación de Maynas y la Partida Demarcadora[6].
Su designación en este nuevo destino se
produjo el 7 de septiembre de 1779, y al arribar a la ciudad un mes más tarde
la encontró «en deplorable estado». Uno de los problemas básicos era el lograr
una fortificación adecuada para esta ciudad, y García Pizarro encontró que «los
pocos cañones, y todos inútiles, que había se hallaban tirados a toda
intemperie en los patios de la Casa de la Real Contaduría»[7].
Acuciado por la importancia estratégica de la
plaza, encaró rápidamente las obras, y según manifiesta, «...proyecté
fortificar la ciudad con las tales cuales luces y practica que conservo de lo
que he visto y aún ejecutado. Puesto en planta el proyecto, se operó con el
acierto que deseaba». Se concretan así «baterías de gran consistencia y
duración por las casi incorruptibles maderas, tierra y piedra de que son
construidas».
También señalaba el haber realizado un plano
de dicho Fuerte de San Carlos, así como de toda la ciudad, el cual remitió a su
hermano Josef García de León y Pizarro, a la sazón Presidente de la Audiencia
de Quito.
En todas las obras cúpole ese papel de síntesis
y ejecutivo al que nos refiriéramos al comienzo, y el mismo García Pizarro lo
recordaba al escribir que se había “practicado todo sin oficial Ingeniero, ni
de Artillería, por cuya causa le fue indispensable disponer también los
pertrechos para el servicio de 70 cañones que guarecen estas baterías, dando
dibujos, plantillas y plan de todo lo necesario”.
Concluidas las obras de defensa a comienzos de
1785, el Gobernador envía una nota al Cabildo destacando la importancia “del
Ramo de Policía, tocante a los edificios, adorno del poblado, dirección y
limpieza de calles, para la expectación de los forasteros y mayor comodidad de
los moradores”. También afirmaba que “elevar la ciudad sobre un terreno sólido
era obra más bien de la naturaleza que del arte y, sin embargo, estamos muy
cerca de conseguirlo”, haciendo referencia a los trabajos de secado de pantanos
que rodeaban Guayaquil[8].
A esta altura, las obras emprendidas
abarcaban, además del Fuerte de San Carlos, los terraplenes, una alameda,
varios puentes para cruzar los esteros de Carrión y San Carlos, muelles, así
como empedrados de las calles y portales y la refacción de las Casas Reales. Sin
embargo, consideraba esta obra “incompleta sin una correspondiente Plaza de
Bastimentos”.
Para ello, formuló un proyecto que contemplaba
las necesidades del “abasto público, el desahogo del común y para las formaciones
militares”, y que consistía en un cuadrado con “una perspectiva muy agradable
que facilita todo género de comodidades”. La plaza estaba rodeada de 41 tiendas
(“covachas”) con estructura de madera y paredes de quincha[9].
Este proyecto, pese a su extremada simpleza,
debió significar para Guayaquil un adelanto sustancial, y por ello, no puede
extrañar que el Procurador de la ciudad afirmara hiperbólicamente: “Su fama
inmortalizará el nombre de Pizarro, que lleva de frente, y no tendrá el bronce
bastante amplitud para esculpirla. La nueva Guayaquil será siempre un aserto de
envidia respecto a las poblaciones de América y dará sobrados motivos a las
naciones extranjeras para la emulación”[10].
También se preocupará García Pizarro del
adelanto económico de la región guayaquileña, fomentando eficazmente el
desarrollo de la industria tabacalera y buscando asegurar el trabajo a la
población. En este mismo sentido formó «un cuerpo de artesanos capaz de poner
en movimiento la industria, hizo poner en oficio y a escuela a 205 muchachos
huérfanos o mal entretenidos, en las diversas artes de carpinteros de ribera,
herreros, botoneros, carpinteros de lo blanco, tintoreros, sastres, plateros y
zapateros».
En lo atingente a la organización militar,
estructuró en 1782 un batallón de Pardos libres y compañías de milicianos de la
Sierra, adicionando a raíz de la guerra dos baterías: una, de Santa Bárbara, y
otra, de San José de Gálvez, así como astilleros[11].
También reedificó la Iglesia de Nuestra Señora de la Cabeza, de Lima, y los
Conventos de San Francisco y San Agustín, diciéndose posteriormente que había
logrado mudar de «aspecto a la ciudad, trocándose las chozas antiguas en
suntuosas fábricas».
Sin embargo, pese a todas estas realizaciones,
García Pizarro se vio envuelto en los pleitos que afectaban a su hermano en
Quito y sufrió los embates de sus enemigos, que en 1789 formularon gran
cantidad de cargos atacando los procedimientos en el reclutamiento de la mano
de obra y materiales y denigrando la calidad de sus concreciones, afirmando que
«su gobierno es absolutamente despótico»[12]
.
Pese a ello, tanto el Consejo de Indias, que
manifiesta conocer la calaña de los testigos presentados en su contra, como el
Fiscal del Juicio de Residencia, Juan Moreno Avendaño, informan favorablemente
sobre sus actuaciones. Buena prueba de ello es que García Pizarro es ascendido
al cargo de Gobernador de Salta del Tucumán sin concluirse definitivamente la
causa.
5. El Gobernador Intendente de Salta.
Ramón García de León y Pizarro asumió el 19 de
diciembre de 1790 el cargo para el que se le había designado un año antes. A la
inversa de Guayaquil, encontraba aquí una capital a la que Andrés Mestre había
volcado toda la dinámica de su esfuerzo para adelantarla. Obras comenzadas y
líneas de acción trazadas eran el legado que recibió y supo continuar e
inclusive superar.
Ya en 1791 comenzó sus tareas con una visita
general a la Intendencia, que abarcó las ciudades de Tucumán, Santiago del
Estero, Catamarca y Jujuy, así como los Fuentes de San Fernando, San Luis, Ledesma,
San Bernardo, Santa Bárbara y San Andrés, y las Reducciones de Miraflores, Ortega,
Balbuena, Macapillo y San Ignacio. Justamente a raíz de esta visita constató la
necesidad de transformar la línea de fronteras ocupando nuevas porciones de
territorio y avanzando piquetes.
En este sentido, en 1792 formula un proyecto
de colocar una estancia de reses de cría cercana a la Reducción de Zenta, que
se encontraba muy deteriorada. Pero el alma del plan era formar una nueva
población que sirviera de ante-mural avanzado frente a los indios del Chaco.
Como el mismo García Pizarro relata, para ello
«publiqué bando en esta capital, en las ciudades subalternas y en las
parroquias rurales que convenga, para que los individuos casados, ya sean
españoles, ya sean cholos, ya mulatos y ya zambaigos, que quisieran trasladarse
al paraje de Zenta y tener el honor, la satisfacción y el proyecto de ser primeros
pobladores de la Nueva Orán (cuya denominación tendrá el pueblo, villa o ciudad
que se estableciere), comparezca personalmente o por medio de un memorial en
este Gobierno o Intendencia, a dar su nombre, de su mujer e hijos, con la
expresión de Patria y condición, explicando el número de ganados que tuviere y
la clase de armas que manejase».
Se daban de esta manera los primeros pasos
para la fundación de la ciudad de Orán en la provincia de Salta.
6. San Ramón de la Nueva Orán.
En la convocatoria a los futuros pobladores
indicaba también el Gobernador que «se señalaran por merced graciosa a cada
poblador un solar suficiente para que fabrique su casa unida con la de otros
vecinos y que formen plazas, calles y manzanas o cuadras como la ciudad más
ordenada de América; se les destinará también a cada uno terreno bastante para
charca, en que haga sus plantíos y sementeras, y finalmente se dará a cada uno
una legua de tierra que sea cuadrada ya en otro paralelogramo adaptable
(atendidas que sean las aguadas) para que forme su estancia de ganados»[13].
Ante la convocatoria en 1794 se presenta el
Capitán Rafael Bachier con los vecinos Andrés Ramírez y Agustín Morillo, en
representación de otros pobladores para manifestar al Gobernador que «...
haremos como lo han tenido de costumbre y hacemos nuestras casas y las
Consistoriales y Cárcel provisional, cuidando en cuanto nos sea destinado y
alcancen nuestras fuerzas a la edificación del templo para Parroquia y a la del
Cementerio exterior en alguna distancia de la ciudad, nombrándonos Usía los
Justicias que nos han de gobernar, los oficios públicos que han de haber en
esta República, las ordenanzas que nos han de regir, el arreglo de Milicias y
oficiales que nos han de mandar».
Como resultado del éxito ya previsible, García
Pizarro designa al Capitán Juan Antonio Moro Díaz, hombre «de conducta e
inteligencia», para que determine un paraje para emplazamiento de la población
en el territorio que abarca desde la Loma del Vado Hondo hasta la unión de los
ríos de Jujuy y Tarija. Son de esta manera descartadas por el comisionado las
tierras adyacente al Río Jujuy, por no poder hacerse acequias para la labranza
y otras por arenosas y no permitir hacer adobes y ladrillos o por ser lejanas a
bosques con buena madera. Finalmente, aconseja la ocupación de «un campo
limpio, bosque, manantial cercano y que se puede regar», ubicado a media legua
de la Misión de Zenta y donde «no está retirada la piedra para los edificios ni
escasea la tierra para los materiales de adobe, ladrillo o teja»[14].
Por su parte, el Capitán de Milicias Cipriano
José de La Madrid informaba al Gobernador que más de 60 vecinos de la Puna y
valles de Huamahuaca y Cerrillos pedían ser admitidos en la nueva población,
donde «iban a edificar sus casas y vivir en república con los demás
ciudadanos».
Cumplidos así los protocolos, el 16 de julio
de 1794 se procede a la fundación de la ciudad, encarando la tarea el mismo
García Pizarro, quien escribía luego al Cabildo de Salta: «En aquel día que fue
el que Nuestra Santa Madre Iglesia celebra el triunfo de la Santa Cruz y
Nuestra Señora del Carmen, se bendijo una Cruz que se fijó en medio de la
ideada Plaza. Me dediqué a delinear las manzanas, a dividirlas en solares
proporcionados, a la adjudicación de éstos, todo por merced Real, a los
pobladores que en número de setenta y tantos padres de familia hacendados están
ya con empeño fabricando sus casas y regulo que para el día 31 de agosto, día
de San Ramón, estarán concluidas, con las Consistoriales y Cárcel. Con este
motivo tengo determinado que en aquel día y su víspera se enarbole y pasee el
Real Estandarte por la ciudad de San Ramón de la Nueva Orán»[15].
De acuerdo con los plazos calculados, el día
del santo del Gobernador se hicieron las solemnes festividades y la fundación
oficial, asistiendo a los desfiles «infinidad de indios de ambos sexos, de las
contiguas reducciones que llegarían a 4.000 almas que en pelotones seguían el
paseo como admirados y gustosos de ver la Majestad que en retrato se celebraba»[16].
Las obras realizadas en la ciudad abarcaban un
Hospital «con las divisiones correspondientes: salas, altar, cuarto para el
capellán, médico, asistente y demás»; la Casa del Cabildo y Cárcel, la Iglesia
Matriz, el cementerio, puentes y un molino.
También diseñó García Pizarro el escudo de
armas de la ciudad, para el cual el Cabildo de Orán eligió «el castillo que
lleva un cuartel de los de nuestro Caudillo como fundador y en extremo
benefactor de esta ciudad».
Posteriormente, por Real Cédula del 4 de
diciembre de 1796 se aprueban las actuaciones efectuadas para la fundación de
la ciudad. La mayoría de las obras públicas fueron hechas a costa exclusiva de
García Pizarro, sin embargo, para alhajar la Iglesia Matriz trajo en 1795
ornamentos de la extinguida Reducción de Petacas.
En el diseño que formula García Pizarro para
el trazado de la ciudad se notan algunos conceptos personales. Entre ellos, podemos
señalar el desplazamiento de la plaza del epicentro de las 25 manzanas, la
localización de las cuadras para los Conventos de La Merced, Santo Domingo y
San Francisco; la formación de un camino perimetral jerarquizado con una
glorieta y alameda que desembocaba en la calle del Rey.
Es de interés también la ubicación del
cementerio separado de la Iglesia, y tal como el Hospital, ubica en la
periferia del poblado. La Iglesia, por otra parte, se ve rodeada de lotes para
vecinos, contra la usanza habitual de dar mayor amplitud a su entorno. El mismo
criterio se sigue con las Escuelas y el Cabildo, la dimensión de cuyos solares
es equivalente a los adyacentes. Llama, sin embargo, la atención la enorme
disparidad en las dimensiones de los solares como resultado de una versátil y
libre fragmentación de las manzanas que determina una doble jerarquización en
función de los tamaños y en relación con las distancias a la Plaza. Los caminos
también se distribuyen forzando los clásicos cánones de la simetría que imperan
en todo el diseño.
Con respecto a la Iglesia Matriz, sabemos por
un testimonio del Cabildo de Orán que García Pizarro «edificó prestamente y a
su costa el Templo de Dios, que desde entonces nos ha estado sirviendo de
Iglesia Matriz provisional y desde principios del año pasado [1796] se ha
levantado la Iglesia Mayor a solas sus expensas, la cual se haya hoy a treinta
varas de largo y diez de ancho, con veintiséis en el crucero, dos sacristías y
camarín de ocho varas de altura, siendo el grueso de las paredes de dos varas y
bien cimentadas, habiéndose ya labrado todas las maderas para las techumbres,
marcos, puertas y ventanas»[17].
A la primera Iglesia Matriz le había hecho
pórtico y dos torres y provisto de dos imágenes: una talla de Nuestra Señora
del Carmen» y «otra efigie grande de escultura, muy devota, del Patrón de la
ciudad, San Ramón», agregándolas a un altar dorado y colocando también una pila
bautismal de mármol[18].
Pese a que, como señaláramos, García Pizarro
invirtió buena parte de sus caudales en esta obra, no utilizó las prerrogativas
que como fundador le correspondían en el reparto de las tierras. Destacaba así
el Cabildo el carácter «desprendido», de dicho fundador, absolutamente de todo
interés que le franquean las Leyes, no reservó para sí más terreno que el de
siete pies en el Presbiterio, donde queda constituida una bovedilla sepulcral
con la lápida encima con su inscripción». En esta bóveda fue justamente
enterrada su esposa Mariana de Zaldúa, fallecida en Orán en 1797.
Un aspecto sumamente interesante del planteo
fundacional fue el que se derivo de la Real Cédula en que se aprobaban las
trazas del poblado, donde se manifestaba que se echaba de menos en el plano no
designase el paraje que debe ocupar la Carnicería, siendo un edificio
indispensable que merece la más cuidadosa atención, como que de ello depende en
mucha parte el aseo de la población». Se le encarga, pues, a García Pizarro que
determine el sitio que «sea en lo posible inmediación al río conforme a la Ley
V, título VII, Libro IV».
Es necesario acotar que las Carnicerías eran
edificios de singular importancia en las poblaciones de España, ubicándoselas
muchas veces en las Plazas Mayores y en ocasiones en las plantas bajas de los
Ayuntamientos. García Pizarro hace la siguiente aclaración: «En la Real Cédula
se hecha de menos que yo no haya señalado en la nueva población sitio para la
Carnicería, y sabiamente se me previene lo designe en las inmediaciones del Río.
Si en la demarcación de la ciudad omití señalamiento de lugar para este
importante Puesto Público fue porque en muy rara de las ciudades de esta
América hay Carnicería determinada, porque siendo muchos los individuos que sin
nota se dedican a este preciso abasto, matan las reses fuera de los pueblos y
las conducen después en carretillas a la Plaza para el expendio.»
Es éste, pues, un caso evidente donde las
Leyes de Indias son empíricamente modificadas por las condiciones propias del hábitat
y el ethos cultural donde se aplican.
En el año 1797, consolidada Nueva Orán, García
Pizarro encaró un nuevo avance de la frontera para el resguardo de sus 200
habitantes. Ese año comisionó al Sargento Mayor de Milicias Inocencio de
Acosta, que construyó en el Paraje de Caraparé un Fortín de 60 varas en cuadro
y detrás de él una nueva población de 74 personas. Este poblado de Caraparé
estaba ubicado a 30 leguas al NE. de Orán y a 60 de Tarija, y sus vecinos
solicitaban tierras en merced de similar calidad a las de Orán[19].
Por su parte, el Cabildo de Orán señalaba que García
Pizarro reconociendo que el «Fuerte de San Andrés de Zenta ya quedaba como
inútil a espaldas de esta ciudad y que su corta guarnición no permitía el
avanzarlo», determinó su extinción y «construyó uno nuevo a más de diez leguas
de Orán para el Chaco», en una campaña que llamó Zaldúa, en honor a su esposa,
cerca de las juntas de los ríos Jujuy y Tarija.
Este Fuerte, al que denominó Pizarro, era de
piedra, con foso y dos puentes levadizos, cubriendo sus 24 plazas militares con
la guarnición de San Andrés y la del piquete de San Bernardo (Jujuy), al que
consideró «no sólo excusable, sino inútil»[20].
De esta manera García Pizarro concretó el
sistema defensivo de Orán ganando, efectivamente, una vasta zona de territorio
otrora sometido a las incursiones de los indígenas del Chaco.
7. La obra de García Pizarro en la ciudad de
Salta.
No por encarar esta tarea poblacional descuidó
el Gobernador el adelanto material de la ciudad cabecera de su Intendencia.
Buenas prueba de ello es el testimonio que el Cabildo de Salta con las autorizadas
firmas de Antonio de Figueroa, Nicolás Severo de Isasmendi y otros vecinos
presenta al Rey con los méritos de García Pizarro, en término que juzgamos de
por sí suficientemente elocuentes.
Señalaban que el desahogo de sus ocupaciones
«lo busca en el campo ameno de las agradables Matemáticas, cuya inteligencia
posee, y auxiliado de ellas levantó planos y dibujó prospectos de las Obras
Públicas que necesitan los pueblos; esta Capital le es recientemente deudora de
un adelantamiento prodigioso en el Hospital de San Andrés, donde mediante su
directa dirección se han concluido con muchas economías: salas, altar de
estuco, pieza para botica, cuartos para capellán, mayordomo y asistentes y una
Portada de Arquitectura de estuco del Orden Compósito que adorna y hermosea
aquel utilísimo edificio, y en su gran patio se ha formado un claustro que no
sólo resguarda la obra, sino que facilitará consuelo y alivio a los pobres
enfermos».
Acotaban también los Capitulares que Salta «le es deudora del reparo de las escuelas y clases públicas, con indecibles ahorros de la Obra Pía que los sostiene, pudiéndose afirmar que lo vistoso de las aulas (en cuyas puertas puso unos tarjetones de madera incorruptibles con golpes de talla y letras resaltantes que explican el objeto de cada una) sirve de incentivo a la juventud para aplicarse a la ciencia. Igualmente le es deudora de la arreglada dirección de la cuasi total reedificación de la Iglesia, que fue de los Regulares expatriados, las cuales muchos años hace se destinó para vice-parroquia y ahora por disposición del Ilustrísimo Señor Obispo Diocesano se está habilitando para Iglesia Matriz por sumo deterioro de la antigua. Y finalmente acaba de regalar a este Cabildo un plano delineado de su mano que contiene el proyecto adoptado de construir en el centro de la Plaza Mayor un círculo con varios adornos y competentes defensivos para que en él se expendan con beneficio público e ingreso en el Ramo de Propios todos los abastos».
Terminaban diciendo que «Todo lo cual se
espera ver empezado y concluido en este año, con la dirección, auxilios y
eficacia del Sr. Don Ramón»[21].
Una de las obras mencionadas es, sin duda,
sumamente importante. Se trata del Hospital de San Andrés, adjunto a la capilla
de San Bernardo, cuya portada es considerada por Giuria «como el más bello
trozo de arquitectura indo-hispana que existe hoy en Salta» y a la cual Martin
Noel encuentra cierto sabor barroco-mudéjar y un parentesco con la de la Casa
del Marqués de Gomara, en Osuna[22].
En 1846, el antiguo hospital fue ocupado por
las monjas carmelitas, «fecha en que se cambió el acceso que estaba junto a la
Iglesia por otra entrada practicada más lejos del templo»[23].
En lo referente a la transformación de la
Iglesia jesuítica, García Pizarro le agrego diez varas de longitud y dos naves
a los costados, utilizando para una de ellas la antigua capilla de los negros. También
compuso, sin duda, la interesante fachada, aunque probablemente para ello
sacrifico las torres que debía tener la Iglesia de la Compañía.
En 1797 García Pizarro emprendió otra obra de
importancia, la realización de la torre de las Casas del Cabildo, comenzadas en
época de Mestre y a las que dio equilibrado remate.
Por todos estos méritos e iniciativas, el
Cabildo de Salta pidió al Rey que se le confiriera el Grado de Mariscal de
Campo «y alguna de las Presidencias o Gobiernos de primera clase de estos
Reynos». No cabe duda que este reclamo fue oído, pues al poco tiempo García
Pizarro fue designa do Gobernador de Charcas y Presidente de la Real Audiencia.
Culmina dignamente su mandato en Salta con un
pedido del Virrey Olaguer Feliú, por el cual solicita que en atención a sus
méritos y obra se lo releve del juicio de Residencia que en 1802 se cierra por
no haber comparecido persona alguna a denunciar o manifestar perjuicio o queja
contra el referido Pizarro»[24].
8. El Presidente de Charcas.
Era la Gobernación y Presidencia de Charcas
una especie de antesala del Virreinato del Río de la Plata, a la cual García
Pizarro tomó con el mismo entusiasmo que sus anteriores destinos en los remotos
confines de Maynas o la frontera del Chaco salteño.
El 16 de noviembre de 1797, se hacía cargo en
Sucre del Gobierno y según narra el Cabildo de esta ciudad, «encontró la
población afeada por muladares, barrancos interiores, rotos acueductos,
pantanos hediondos, empedrados desiguales y otras mil incomodidades».
El papel de síntesis nuevamente se perfila en
García Pizarro hombre de proyectos y acción. Decía de él un testigo: «Cuándo no
estaba en la obra y dirigiendo él en persona los trabajos, de vuelta de la obra
solía penetrar en el taller del artesano como para mostrar interés en las
ocupaciones del pueblo...»[25].
Y, como en los anteriores casos, no pasaría un
lustro sin que el Cabildo de Sucre pudiera decir: «Debe esta ciudad al celo de
su Jefe tener enlosadas ambas veredas de 85 calles y que ha facilitado la
correspondencia cómoda de todos barrios, en todo tiempo de estación sin perder
los vestidos con el lodo, como sucedía antes». Decían que gracias a él «ésta
ciudad es al presente la más floreciente del Perú por la riqueza de su
comercio, por la opulencia de toda clase de rentas, por el número de sus
artesanos y el gran concurso de forasteros»[26].
Narraban como García Pizarro había hecho
blanquear las casas y pintar las ventanas de verde, mejorando la distribución
de tiendas y haciendo una alameda con pirámides, canapés, glorietas, obeliscos
y una gran fuente, y concluían: «Por cuyas extraordinarias novedades se puede
afirmar y se debe creer que la ciudad de La Plata nada tiene de la antigua,
sino su situación y su planta, porque su policía, su lujo industrioso y
animado, sus aires, su piso y finalmente su estado civil, todo es nuevo y es la
hechura de vuestro General y Presidente Pizarro.»
En el año 1804 debió atender García Pizarro
inesperados y graves problemas derivados de una tremenda peste que asoló una
región y de una grave invasión de los chiriguanos que devastaron la región de
Tomina, Laguna y Pomabamba. De ambas coyunturas salió fortalecido, concretando
ayudas con inversión de su fortuna en el primer caso y un avance de líneas de
frontera en el segundo.
Descubrió también un manantial a cinco leguas
de Sucre, que fue analizado por Tadeo Haencke y desde el cual hizo una cañería
abovedada hacia la ciudad, también costeada a sus expensas. Reactivó asimismo
la explotación de una mina de oro de Poya abandonada desde el tiempo del
imperio incaico, y para cuya consolidación formó allí un reducto y población.
Pero, pese a esta continuidad de su obra, García
Pizarro tenía trágicamente signado su destino por los acontecimientos propios
de la lucha de la Independencia. Es aquí donde debemos en cierta manera
recurrir al artificio de analizar en forma separada su actitud como hombre y
como gobernante, pues prácticamente en esta segunda faceta García Pizarro fue
más un instrumento de las circunstancias que un protagonista dinámico de las
mismas. No sin mordaz ironía afirmaría José Manuel Goyeneche en 1815 que García
Pizarro «en ninguna circunstancia ha manchado el bien merecido crédito de su
apellido, si sus talentos hubieran sido iguales a su lealtad y honor hubiera
sido más respetado en su mando, pero escaso de lo primero, ha sido abundantísimo
de amor al Rey»[27].
Vemos, pues, en el juicio de un contemporáneo valorar separadamente su capacidad
política de su actitud humana, a la que podríamos agregar su eficacia en la
realización de ciertas actividades que respondían sin duda a su verdadera
vocación.
Sobre su actitud personal hay también
testimonios valiosos. El Cabildo de Sucre decía en 1806 «que no se ha oído una
sola queja ni encuentro ni pendencia de los muchísimos que se experimentaban en
otro tiempo, porque su consumada prudencia ha encontrado el secreto de hermanar
el respeto de la tropa con el amor del vecindario». La imagen del pueblo era
también la que describe Taborga de hombre llano que iba a misa de nueve
«envuelto en su capa grana o en su bata talar», a pesar de tener oratorio en el
Palacio, para acompañar al vecindario[28].
Por su parte, Moreno lo considera como un
«mandatario emprendedor de obras locales, manso, llano con todo el mundo»,
agregando que «su aspecto respetable deponía no poco en favor de su persona».
Otro autor enfatizaba su labor constructiva, llamándolo «alarife a las
derechas»[29].
Todas estas afirmaciones configuran un
panorama cierto de aprecio hacia García Pizarro debiéndose coincidir con Paz,
en que sus errores políticos, fundamentalmente en tomar como asesores al
Arzobispo Moxó y a Pedro Vicente Cañete le acarrearían junto con su total
solidaridad a la Corona, los lamentables episodios que padecería a partir de
1809.
9. El ocaso de Ramón García Pizarro.
No es nuestra intención entrar en el análisis
del estallido revolucionario del 25 de mayo de 1809, de resultas del cual
García Pizarro sufrió no sólo una prisión de seis meses, sino que fue sometido
a proceso de residencia secreta y puesta en tela de juicio su lealtad al Rey.
Pese a las pruebas de eficiente solidaridad, como la del Virrey Abascal y otros
funcionarios, no poco debieron actuar su hijo Rafael y su sobrino José ente
1812 y 1815 para reivindicar la figura de García Pizarro, luego de los
complejos acontecimientos de 1809.
Pero aún repuesto en sus cargos, el
levantamiento de Buenos Aires en 1810 y los acontecimientos posteriores
quitaron al ya octogenario García Pizarro toda posibilidad de continuar
efectivamente la labor que se había trazado. Su mismo carácter conspiraba
contra él y pronto fue una pieza en el tablero de las pasiones.
Bien decía Luis Paz: «El pueblo no tenía
motivos para haberse pronunciado contra la autoridad de Pizarro, que le era
querida, y cuya progresista administración será siempre recordada con
veneración y respeto; pero García Pizarro era una valla entre ese pueblo y la
independencia y, por lo tanto, fue desbordado»[30].
La adhesión incondicional del Presidente a la
Corona haría el resto. Cuando en 1815 su sobrino, Ministro Plenipotenciario en
Berlín, hacía gestiones para lograr la indemnización del anciano gobernante
saqueado en sus bienes, señalaba «aún es prodigio de Dios que viva en medio de
tamaña tormenta» y no sabía cuán cerca estaba de la triste realidad.
Reivindicado en España, donde la Regencia le
había otorgado el titulo de Castilla de Marqués de Casa Pizarro, «como poblador
conforme a las Leyes de Indias», su suerte en América estaba sellada. Su
reposición como Gobernador de Charcas luego de Villacapugio y Ayohuma determinó
que en el nuevo levantamiento de 1815 fuera befado públicamente y gravemente
herido, eligiendo antes que el destierro el asilo en el Oratorio de San Felipe de
Neri, donde entregó su alma a Dios el 6 de diciembre de 1815 a los ochenta y
seis años de edad.
Fue éste el triste ocaso de quien sirviera
honestamente a la Corona de España, desde Felipe V a Fernando VII, por cerca de
setenta años.
La Gaceta de Madrid recogía tardíamente sus
méritos en una nota necrológica en que destacaba su paso por cinco
Gobernaciones, erigiendo nuevas poblaciones y hermoseando las capitales, pero
acotaba con sentido político que «donde más han brillado sus virtudes
cristianas y políticas han sido en estos años de insurrección e incertidumbre
en todo el Virreynato de Buenos Aires, firme contra toda seducción dio pruebas
muy notables e ilustres de su fidelidad al Rey N.S., resistiendo al impulso
revolucionario con gran tesón y perseverancia»[31].
Sabemos que García Pizarro escribió un «Viaje
Histórico a América Meridional», cuyo paradero nos es desconocido, aunque es
probable que se haya extraviado en alguna de las múltiples expropiaciones que
tuvieron sus bienes.
Su hijo Rafael acudió ante el Rey para exponer
la triste situación en que había quedado la familia, y éste, por Real Cédula de
4 de diciembre de 1817, les entregó tierras en concordancia con lo dispuesto
por las Leyes de Indias (Ley I, título XII, Libro IV). Este resarcimiento a la
familia se le hizo en calidad de «fundador de Nueva Orán» y por las tierras que
les correspondieron y García Pizarro en su momento no había tomado.
Para la tasación de estas tierras actuaron el
Virrey Joaquín Pezuela y el Consejero Félix de Campoblanco, quienes estimaron
en 115 leguas cuadradas lo que comprendía el territorio «poblado, repartido y
civilizado», de las cuales correspondía a la familia un equivalente a la cuarta
parte. Acordadas las tierras equivalentes en el Perú, y perdido este país para
el dominio de España, solicitan nuevamente en 1828 que se les otorguen terrenos
en España o Cuba mencionando el antecedente concretado a los nietos de Liniers[32].
De todos modos estas reivindicaciones
materiales no eran probablemente el reconocimiento al cual hubiera aspirado
Ramón García de León y Pizarro, cuya única mira vital había consistido en
servir a su Rey y concretar su vocación edilicia y urbanística. Objetivos que
llevó adelante hasta sus últimas consecuencias, dando el testimonio de su vida
para ello.
Por esto, la Nueva Orán, Salta, Sucre,
Guayaquil y muchos otros pueblos y ciudades deben a Ramón García León y Pizarro
un postrer reconocimiento, puesto que al margen de sus convicciones políticas
significó para ellas esa síntesis de gobernante y hombre de empresa que les
llevó el signo del adelanto y del progreso.
[1] Agradecemos al Sr. Gregorio Caro Figueroa de la Biblioteca “J. Armando Caro Figueroa” (Cerrillos) quien nos ha facilitado este texto para su publicación.
*RAMÓN
GUTIÉRREZ: Miembro de la Academia Nacional de la Historia. Nacido el 9 de
noviembre de 1939 en Buenos Aires. Arquitecto. Profesor Titular de Historia de
la Arquitectura en la Universidad Nacional del Nordeste, Director del
Departamento de Historia de la Arquitectura, Consultor de UNESCO sobre
Restauración de Monumentos Arquitectónicos. Profesor en las universidades de
Buenos Aires, La Plata, Córdoba, Rosario, Santa Fe, Mendoza, Católica de
Córdoba, Católica de Santa Fe, Tucumán, Comahue, Mar del Plata. Profesor en
universidades de Uruguay, Chile, Paraguay, Ecuador, Bolivia, Perú, Venezuela,
Colombia, Brasil, México, Estados Unidos, España, Italia. Miembro de las
Academias de Historia de España, Perú, Bolivia, Paraguay, Uruguay, Brasil,
Puerto Rico, Guatemala y Colombia. Ha publicado numerosos textos y artículos
sobre historia de la Arquitectura.
[2] El autor de este artículo ha realizado
trabajos de investigación histórica en España, con una beca del Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de la República Argentina.
José Torre
Revello publicó, en 1935, en el Boletín del Instituto de Investigaciones
Históricas de Buenos Aires, una semblanza de Ramón García de León y Pizarro, utilizando
para ello material del Archivo de Indias de Sevilla. Al dar a conocer nuevos
documentos inéditos sobre su obra creemos pues completar el precursor y
excelente Trabajo de Torre Revello.
[3] Archivo General de Indias (AGI).
Sección V. Audiencia de Buenos Aires. Legajo 37. Relación de Méritos de Ramón
García León y Pizarro. Madrid, 4-X-1794.
[4] VARELA Y LIMIA, MANUEL: "Resumen histórico
del Arma de Ingenieros y de su organización en España". Imprenta Nacional.
Madrid. 1846.
[6] QUIJANO OTERO, JOSÉ MARÍA:
“Límite de los Estados Unidos de Colombia”,
Ed. Francisco Álvarez y Cía. Sevilla, 1881.
[7] AGI. Sección V. Audiencia de Quito.
Legajo 237.Carta de García Pizarro del 7 de septiembre de 1783.
[8] AGI. Sección V. Audiencia de
Quito. Legajo 243.Carta de Gar-cia Pizarro del 8 de enero de 1785.
[9] AGI. Sección V.
Audiencia de Quito. Legajo 487/Cuentas de Propios del Ilustre Cabildo de Guayaquil, 1789.
[10] AGI. Sección V. Audiencia de Quito. Legajo
243.Presentacion del Dr. Antonio Marcos,31 de enero de 1785
[11] AGI Sección V. Audiencia de Quito. Legajos 262
y 574.
[12] AGI. Sección V. Audiencia de Quito Legajo
271."Causa de capitulaciones puesta por don Manuel Núñez de Balboa contra
el Gobernador de Guayaquil don Ramón García de León y Pizarro, su Teniente
Asesor don Josef Mexía y demás complicados",1789.
[13] AGI. Sección V. Audiencia de Buenos Aires.
Legajo 280. Carta de García Pizarro del 22 de febrero de 1794
[14] Ídem. Informe de Juan Antonio Moro Díaz, 15 de
julio de 1794.
[15]
Ídem. Informe de García Pizarro del 4 de agosto de 1794.
[16] Informe de Juan Antonio Moro Díaz del 1 de
septiembre de1794.
[18] Testimonio de Juan Antonio Moro Díaz, del 11
de abril de 1796.
[19] Carta del Sargento Mayor Inocencio de Acosta
del 13 de octubre de 1797.
[20] Carta de García Pizarro de 3 de mayo de 1797.
[21] Nota del Cabildo de Salta, del 25 de abril de
1795.
[22] GIURIA, JUAN: Apuntes de arquitectura colonial
argentina. Montevideo, 1941.
[23] VINUALES, GRACIELA MARIA: "Evolución de la
arquitectura en la Provincia de Salta". Universidad Nacional del Nordeste.
Departamento de Historia de la Arquitectura. Resistencia,1969.
[24] AGI. Sección V. Audiencia de Buenos Aires. Legajo
50.
[25]
"Informaciones verbales sobre algunos sucesos de 1809 en Chuquisaca, y
otras menudencias referentes". Revista Chilena. Tomo IX. Santiago, 1877.
[26] Nota del Cabildo de La Plata de 13 de junio de
1806.
[27] AGI. Sección V. Audiencia de Charcas, Legajo
734. Carta de José Manuel Goyeneche, del 7 de abril de 1815.
[28] TABORGA: "Rectificaciones a las Informaciones
sobre los sucesos de 1809 en Chuquisaca". Cfr. MORENO GABRIEL RENÉ: "Últimos
días coloniales en Alto Perú". Biblioteca Boliviana. La Paz, 1940.
[29] “Proscriptores, papel de polémica del año
1809". Cfr. MORENO GABRIEL RENÉ.: Op. cit.
[30] PAZ, LUIS: “Historia general del Alto Perú, hoy
Bolivia". Imprenta Bolívar. Sucre, 1919.
[31] Gaceta Oficial de Madrid, núm.144. Madrid, 19
de noviembre de 1816.
[32] “Sucinta exposición documentada de los nobles
hechos, grandes servicios y padecimientos del Teniente General Marqués de Casa
Pizarro'. Impreso en Madrid (sin fecha, aunque es posterior a 1831).
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